martes, diciembre 14, 2004

La neblina

Pero también había una serenidad, una quietud, que no he encontrado en ningún otro sitio. De entre esos estados de plenitud uno de los más inefables e intensos se daba cuando llegaba la neblina; esas mañanas en que todo parecía envuelto en una gran nube blanca que difuminaba todos los contornos. No había figuras, no había cuerpos que pudieran distinguirse; los árboles eran inmensas siluetas blancas; la misma figura de mi abuelo, que caminaba delante de mí rumbo al corral donde tenía que ir a ordeñar las vacas, era un fantasma blanco. La neblina cubría de prestigio toda aquella zona, más bien raquítica y desolada, porque la envolvía y camuflaba. Los cerros y las lomas se volvían enormes montañas de nieve y toda la tierra era una extensión humeante y fresca donde uno parecía flotar.
Reinaldo Arenas. Antes que anochezca.

Me gusta la neblina. Da a todo lo que toca un halo de magia, cierto toque de nostalgia que me atrae como cierta música o los libros. Hubiera podido escoger cualquier novela de Dickens o incluso un relato de Conan Doyle y seleccionar un pasaje para hablar de ella (porque además va bien con mi condición de británica frustrada), pero me gustó este texto de Reinaldo Arenas. No había figuras, no había cuerpos que pudieran distinguirse [...] Toda la tierra era una extensión humeante y fresca donde uno parecía flotar.

Tenía tiempo pensando escribir algo sobre este tema. Sin embargo, la semana pasada conducía por la noche de regreso a casa, en la carretera Reynosa - Ciudad Victoria, bajo una neblina tan densa como no me había tocado ver jamás, mucho menos había manejado en circunstancias semejantes (además es rarísimo en esa zona). Me gusta la neblina, pero no cuando no me deja ver más allá del parabrisas del coche. Lo peor fue cuando casi me salgo de la carretera en una curva (justo venía pensando que debía bajar la velocidad) porque no alcanzaba a ver los señalamientos. Aparte traía a mis padres como pasajeros, entonces ya se imaginarán el susto (por aquello de la responsabilidad del conductor). Entonces pensé ¿porqué algo que me gusta tanto me traiciona de esta manera?

Pero no pierdo la fe. Pienso darle a la neblina otra oportunidad.

2 comentarios:

bosquimano dijo...

dicen los guaraníes:

El verdadero Padre Ñamandu, el Primero,
de una pequeña porción de su propia divinidad,
de la sabiduría contenida en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora
hizo que se engendrasen llamas y tenue neblina.

no lo pongo completo para no abusar de tu espacio, pero lo encuentras aquísaludos...

ellb dijo...

Gracias Bosquimano, lo estuve leyendo, me gustó mucho.