jueves, agosto 17, 2006

Preciosísima

Estamos en la sección de cuneros en el hospital. Mi mamá y yo, embelesadas, contemplamos a través del cristal a la bebé que ha venido a revolucionar nuestra existencia.

(Después la dejaremos, como debe ser, en brazos de sus padres y regresaremos a casa, en otra ciudad, con otra gente. Pero por el momento, es nuestra y nosotras somos suyas. Completamente.)

En eso se abren las puertas que conducen a los quirófanos y un doctor sale triunfante con una nueva bebé en brazos. Nueva. Más pequeña que la nuestra, como estaba ayer, todavía mojada y llorando. A nuestro lado, una orgullosa abuela saca su teléfono celular para llamar a su esposo.

- Acaba de nacer la niña más preciosa. Todo salió perfecto. Está... preciosísima. Qué te puedo decir. Los ojos, preciosísimos. La nariz, preciosísima. No no no, el pelo, las manos, no te puedo explicar, es que no tengo palabras, está divina...

Se aleja gesticulando ante la mirada de aprobación del médico, que coloca a la maravilla recién nacida en la incubadora.

Mi madre y yo nos miramos. Esta abuela nos está dejando en ridículo.

Estamos decididas y vamos a atacar por varios flancos. Por un lado, toda la familia está haciendo listas de adjetivos y superlativos para resaltar las múltiples cualidades y atributos de nuestra beba.

Por el otro, estoy contemplando la posibilidad de acercarme a la abuela por la espalda y cuando comience con su sarta de halagos, yo lanzaré una diatriba contra la gente escandalosa y desconsiderada en los hospitales. En el último de los casos, le pediré que me señale a su nieta y le diré: ¿Esa es la niña de la que habla? ¿Esa?

Definitivamente, esto no se puede quedar así.

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