martes, diciembre 07, 2004

Viajes

La señora en el avión me quiere vender unos departamentos. Me dice que sería ideal para mí: en uno puedo tener mi casa y en el otro mi oficina. Todo lo que necesito es un teléfono. Luego me dice que va a Mérida a pasar dos meses con una amiga. Más exactamente, va a unas cabañitas que su amiga tiene en una playa virgen, oasis para los que huyen de los turistas. Le gusta mucho. No soporta el calor de Victoria, pero viene aquí a visitar a uno de sus hijos. Me cuenta que dejó a su marido porque no la dejaba crecer, viajar. Ser. Luego me platica que tenía una tienda de bisutería y diseñaba sus propias joyas. Me cuenta que una vez casi la corren de una tienda en Bankok por estarles aconsejando a los demás compradores, ya que les ofrecían piedras de mala calidad. Otra vez, en Tailandia, les querían vender como esmeraldas unas piedras verdes semipreciosas muy parecidas y ella los descubrió a simple vista. Me platica de los vendedores en Etiopía y Marruecos, que son los mejores del mundo y regatean como nadie. Me cuenta de sus viajes a Malasia, Alaska (en un crucero que acaba de tomar), Rusia, Canadá, Argentina, Chile, Bélgica, prácticamente todos los países de Europa, y yo trato de memorizar la lista e imaginarme sus aventuras buscando joyas, piedras preciosas, metales extraños. Me dice que lo único que le falta conocer es Egipto. Hay un crucero, no podrá subirse a un camello pero sí visitar las pirámides y el Nilo.

Cuando venda los departamentos. O el rancho.

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