sábado, julio 31, 2004

Centenario

Salvador Novo nació el 31 de julio de 1904 en la Ciudad de México, lugar donde falleció en 1974. Dramaturgo, poeta, periodista, cronista y literato en toda la extensión de la palabra, fue uno de los fundadores (junto con Javier Villaurrutia) de las revistas Ulises (1927) y Contemporáneos (1928), y miembro del grupo del mismo nombre.

Lástima que siendo uno de nuestros escritores mayores, su centenario haya pasado casi desapercibido (igualito que el de Neruda).


Retrato de niño
En este retrato
hay un niño mirándome con ojos grandes;
este niño soy yo
y hay una fecha: 1906.

Es la primera vez que me miré atentamente.
Por supuesto que yo hubiera querido
que ese niño hubiera sido más serio,
con esa mano más serena,
con esa sonrisa más fotográfica.

Esta retrospección no remedia, empero,
lo que el fotógrafo, el cumpleaños,
mi mamá, yo y hasta tal vez la fisiología
dimos por resultado en 1906.


IV Nuevo Amor
La renovada muerte de la noche
en la que ya no nos queda sino la breve luz de la conciencia
y tendernos al lado de los libros
de donde las palabras escaparon sin fuga, cruficidas en mi mano,
y en esta cripta de familia
en la que existe en cada espejo y en cada sitio la evidencia del crimen
y en cuyos roperos dejamos la crisálida de los adioses irremediables
con que hemos de embalsamar el futuro
y en los ahorcados que penden de cada lámpara
y en el veneno de cada vaso que apuramos
y en esa silla eléctrica en que hemos abandonado nuestros disfraces
para ocultarnos bajo los solitarios sudarios
mi corazón ya no sabe sino marcar el paso
y dar vueltas como un tigre de circo
inmediato a una libertad inasible.
Todos hemos ido llegando a nuestras tumbas
a buena hora, a la hora debida,
en ambulancias de cómodo precio
o bien de suicidio natural y premeditado.
Y yo no puedo seguir trazando un escenario perfecto
en que la luna habría de jugar un papel importante
porque en estos momentos
hay trenes por encima de toda la tierra
que lanzan unos dolorosos suspiros
y que parten
y la luna no tiene nada que ver
con las breves luciérnagas que nos vigilan
desde un azul cercano y desconocido
lleno de estrellas políglotas e innumerables.


Soneto
Este fácil soneto cotidiano
que mis insomnios nutre y desvanece,
sin objeto ni dádiva, se ofrece
al nocturno sopor del sueño vano.

¡Inanimado lápiz, que en mi mano
mis odios graba o mis ensueños mece!
En tus concisas líneas, aparece
la vida fácil, el camino llano.

Extinguiré la luz. Y amanecida,
el diamante de ayer será al leerte
una hoguera en cenizas consumida.

Y he de concluir, soneto, y contenerte
como contiene el jugo de la vida
la perfección serena de la muerte.

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