sábado, octubre 16, 2004

Los árboles

Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.

Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.

Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.

Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé que hacer con ese grito,
no sé como anotarlo.

Escrito por Eugenio Montejo (Caracas, 1938). Poeta, ensayista. Grande.

3 comentarios:

bosquimano dijo...

espero en verdad disculpes esta larguísima intromisión en tu espacio. pero no pude resistir la tentación de obsequiarte "La batalla de los árboles / Cad Goddeu" del bardo galés Taliesín, recopilado en el "Libro Rojo de Hergest" del siglo XIII:

Las copas de las hayas han retoñado recientemente,
se han cambiado y renovado.
Cuando el haya prospera con hechizos y letanías,
las copas de los robles se enmarañan y hay esperanza para los árboles.
He despojado al helecho, con el que descubro todos los secretos,
el viejo Math ap Mathonwy no sabía más que yo.
Con nueve clases de facultades Dios me ha dotado:
soy fruto de frutos recogidos de nueve clases de árboles:
ciruelo, membrillo, arándano, morera, frambuesa,
peral, cerezo negro y blanco, con el serbo en mí participan.
Desde mi sede en Fefynedd, una ciudad que es fuerte,
observé los árboles y las cosas verdes que se apresuraban.
Apartándose de la felicidad se disponían a asumir
las formas de las principales letras del alfabeto.
Los viajeros se asombraban, los guerreros se espantaban
ante la renovación de conflictos
como los que causó Gwydion.
Bajo la raíz de la lengua una lucha sumamente terrible,
y otra furiosa detrás, en la cabeza.
Los alisos de la primera fila iniciaron la refriega,
el sauce y el fresno silvestre tardaron en ordenarse.
El acebo, verde oscuro, tomó una actitud resuelta,
está armado con muchas puntas de lanza que hierven la mano.
Con el pisotear del rápido roble, cielo y tierra resuenan;
Recio Guardián de la Puerta: es su nombre en todas las lenguas.
Grande era el argoma en la batalla, y la hiedra en su flor,
el avellano era el árbitro en ese tiempo encantado,
tosco y salvaje era el abeto, cruel el fresno,
no se desvía la medida de un pie, golpea directamente en el corazón.
El abedul, aunque muy noble, tardó mucho en armarse, 
pero no fue por cobardía, sino por su gran tamaño.
El brezo consolaba a la gente exánime,
los álamos de larga resistencia sufrían mucho en la lucha.
Algunos de ellos eran expulsados del campo de batalla
a causa de los agujeros hechos en ellos por la fuerza del enemigo.
Muy airada estaba la vid, cuyos secuaces son los olmos,
yo la elogio mucho ante los gobernantes de los reinos.
Fuertes caudillos eran el endrino, con su fruto nocivo,
el espino blanco no amado de naturaleza parecida,
el junco que persigue velozmente, la retama con su cría,
y la hiniesta que no se comportó bien hasta que la domaron.
El tejo que desparrama dotes estaba malhumorado al margen de la lucha,
con el saúco lento para arder entre fuegos que chamuscan,
y la bendita manzana silvestre riendo de orgullo,
desde el Gorchan de Maelderw junto a la roca.
Resguardados se quedan el ligustro y la madreselva,
inexpertos en la batalla y el pino cortesano.
Pero yo, aunque menospreciado porque no era grande,
combatí árboles, en vuestra formación en el campo de Goddeu Brig.

ellb dijo...

Para nada es intrusión Bosquimano, al contrario, me encanta. Gracias por sentirte como en casa (espero).

bosquimano dijo...

me alegra que te gustara. y sí, me siento en casa (y me cobijo en la sombra de tus árboles).